Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Una herramienta indispensable en las guerras es la propaganda, la cual distorsiona la realidad hasta volverla una serie de slogans unidireccionales, todo lo que la propaganda ataca debe ser mostrado como la encarnación del mal. Funciona muy bien para mover a las masas en una dirección, pero inevitablemente lleva a un sinfín de contradicciones.
Hace 20 años se volvió la narrativa común: los talibanes -como expresión radical del islamismo- se convirtieron en lo peor que había en el planeta, particularmente su trato “deshumanizante” hacia las mujeres se promovió como la representación de lo que la humanidad contemporánea, civilizada y libre, no podía permitir que siguiera existiendo.
Esa razón bastaba y sobraba para que Estados Unidos, el autodenominado guardián de la democracia universal, invadiera a una nación que, al menos en la propaganda, era una especie de nación de cavernícolas que estaba a punto de enfrentarse al mayor poderío militar del mundo.
Estados Unidos ha sido muy efectivo en demostrar cuál es la verdadera esencia de una guerra y cómo no hay forma de que toda la tecnología del mundo logre triunfar sobre la voluntad humana, sea esa voluntad movida por cualesquiera que sean sus motivos. El vecino del norte encontró, desde muy temprano, que su nueva aventura bélica también iba destinada a la derrota.
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Claro que si la propaganda hablaba de libertad, democracia y valores cristiano-occidentales, la realidad siempre habló el lenguaje más universal de todos: el del dinero. Y los negocios de las grandes empresas estadounidenses como Halliburton, están más que asegurados, a diferencia de las vidas de los afganos que colaboraron con las fuerzas americanas.
Si la propaganda aseguraba que los talibanes eran la encarnación del mal, sin mayores explicaciones, el único objetivo de la invasión debía ser la aniquilación de estos grupos. Pero los negocios son más apegados a la realidad, y si con el talibán se pueden hacer contratos millonarios, no hay porque aniquilar a nadie, ya luego se le dará una nueva inyección de propaganda a la masa.
Militarmente, Estados Unidos ha sido derrotado una vez más, pero el principal costo nuevamente lo pagaron los habitantes del país ocupado; y del lado americano, qué más dan unos cientos de soldados muertos y otros miles de individuos trastornados que nunca volverán a ser como antes de la guerra, si las corporaciones lograron hacer millones y millones de dólares en el proceso.
Seguro habrá muchos estadounidenses indignados, pero sobre todo muchos confundidos, a quienes su gobierno les aseguró que los talibanes no debían existir y serían exterminados. Pero su poderoso ejército no pudo vencer a unos “cavernícolas”, debió ser culpa de los habitantes de ese país lleno de gente que no quiere comprender que la vida americana es la mejor para todos.
Pero si algo se ha aprendido es que la opinión pública puede ser manipulada, y si ese es el tema más candente en Estados Unidos y el resto del mundo, en una o dos semanas ya nadie hablará de él, y un nuevo escándalo será el que llene de tinta electrónica los diarios, y de nuevas ironías a los comentaristas de la televisión nocturna.
Por esa y muchas razones más, la propaganda sigue hoy tan vigente como en la segunda guerra mundial.