Francisco Lemus | Twitter: @PacoJLemus
Aún no sabemos si el 2020 será un año que pasé a la historia como un parteaguas o como el primero de una nueva era, pero definitivamente ha sido un año que ha modificado nuestras vidas, más para unos que para otros, habrá para quienes lejos de ser un año terrorífico, ha sido uno de beneficios, pero para quienes han perdido a seres queridos definitivamente ha sido fatal.
El inicio de año nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestras vidas, sobre lo que se ha hecho y lo que tenemos de frente. Sin embargo, como toda reflexión, si ésta no viene acompañada de decisiones y acciones, difícilmente tendrá un impacto efectivo en lo que hagamos de nuestras vidas.
La crisis que enfrentamos, sigue siendo una muy buena invitación a evaluar la sociedad en la que vivimos y los factores que nos han conducido a ella, no sólo por las cuestiones ambientales, que indudablemente han favorecido el paso de un virus de otra especie animal a otra, también por la estructura social que ha sido tan poco efectiva para enfrentar la amenaza.
Contrario a lo que la mayoría desearíamos, la amenaza no ha desaparecido, y en el caso de México los número de contagios sigue creciendo a una velocidad vertiginosa. Aunque las fantasías totalitarias siguen retumbando en mucha gente, es la solidaridad y la comprensión efectiva del riesgo que enfrentamos lo único que realmente puede modificar esta situación.
Todo sería más fácil si la amenaza fuera tangible. Si a las afuera de la casa de cada uno estuviera un riesgo percibible, como un animal salvaje o una persona armada, sería indudable que la gente no saldría, pero aún así, en algún momento tendrías que elegir entre morir de hambre o víctima de la amenaza.
Lo mismo sucede con la pandemia, aún quienes se encuentren más conscientes, han llegado a un momento en que deciden correr el riesgo y tratar de seguir con su vida, y no hay campaña mediática que pueda revertir esa situación, así como no hay poder que: 1) pueda observar absolutamente a todos y 2) sea capaz de obligarlos a todos a mantenerse en casa.
Finalmente la opción de las autoridades es dejar hacer dejar pasar, al menos hasta el punto en el que los hospitales empiezan a saturarse, porque eso entonces implica un aumento en los costos, y todo se ha estado calculando económicamente.
Al final, si se esperaba que la sociedad hubiera aprendido una lección, estamos tal vez mucho más lejos de ello, pues existe el riesgo de que tras el fin de la pandemia quienes logren sobrevivir se sientan invencibles y entonces tengan menor aversión al riesgo de lo que tenían antes de que el evento traumático iniciara.
Pero si se necesitaba apelar a la solidaridad y a un sentimiento de colectividad, la realidad es que ese sentimiento está cada vez más desgastado y la soberbia y el recelo parecen ir en aumento, el culpar a otros de lo que sucede se ha vuelto lo normal, y tal vez al final de la pandemia el sentimiento que prive sea el de “yo me salvé porque fui mejor”.
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Qué nos depara el futuro en realidad es difícil saber, ¿tendremos que llegar a una situación extrema para darnos cuenta de los riesgos que enfrentamos o por el contrario entre más extrema sea la situación más egoístas seremos? Creo que hoy nadie tiene una respuesta convincente.